El 20 de noviembre de 1959 la ONU proclamó por unanimidad la Declaración de los derechos del niño en una cláusula anexa a la de los DDHH, de 1948. En aquella se consignan las atribuciones y libertades de todo niño. Pero el Día del Niño se celebra hace casi un siglo y la fecha varía de país. En el nuestro se hizo coincidir con el tercer domingo de agosto por ser el día de los “ángeles” para el calendario litúrgico precisamente por la pureza y el candor que se amalgama en un ser tan frágil que es el Niño. Pero esto solo sirvió para los intereses materiales por sobre la fecha que debía responder a lo que la humanidad le debe al niño y se tradujo en “bombardeos” publicitarios de los cuales los niños rescatan el mensaje de la obligación de los padres de hacerles presentes, los niños son grandes pulsores de consumo, juguetes, golosinas, gaseosas, entonces se pone en marcha la maquinaria consumista dejando de lado el amor el juntarse con los padres sin pensar en la obligación de los regalos. “Sólo se ve con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos...” Saint Exupery (El Principito). El Día del Niño se lo traslada de acuerdo con los pagos a los empleados estatales  ya lo hicieron por razones turísticas con las fechas patrias. Los chicos son “dioses” a la hora de las campañas políticas y después son sólo una molestia para muchos adultos ocupados y sin tiempo. Es por los chicos pobres, ricos, hambrientos, tristes que la ONU instituyó el día para enfatizar la necesidad y el respeto hacia los pequeños que son los primeros en padecer las calamidades de los actos del hombre. Reflexionemos en esta fecha que ahora cae el 12 pensando en generaciones venideras y para cultivar hombres y mujeres de verdad que trabajen el amor la inteligencia la lectura y el trabajo.

César Trejo                                           

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